miércoles, 13 de junio de 2012









L  O  S     D  U  R  M  I  E  N  T  E  S

(TEXTO PARA UN GABINETE DE IMÁGENES DE ALEXIS W)*







      El viaje, como siempre. Sabes que esto no cambia. Tuvimos que hacer noche en alta mar, por eso esta línea es más barata. Y más incómoda. Intenté dormir varias veces y no sé si lo conseguí finalmente. Creo que sí. La verdad es que no recuerdo bien. Sólo sé que una vez me desperté con el ruido de los motores y me encontré rodeado de gente durmiendo. Esto no era nada raro, la verdad. Entonces me dirigí al puente del ferry y no había nadie, sólo la noche oscura iluminada por las bombillas de los pasillos. El ruido de los motores se enfriaba con el viento. Me asomé y el mar me resultó una masa densa y pesada. Mi cabeza se empeñaba en asociar la imagen del agua con aceite quemado. No sé porqué. Y entonces sentí que la nave en la que me encontraba no iba a ningún lado y que la noche no se iba a acabar nunca. Sentí que estaba muerto. Cuando volví a los salones la gente seguía durmiendo y decidí hacer lo mismo que ellos: morirme. Me despertó una azafata cuando todo el pasaje había abandonado el barco al llegar a puerto y yo sólo era un amasijo cansado. Pensé que todo había sido un mal sueño”.

     
      El hombre siempre ha tenido la necesidad de coleccionar y de acumular, ya fueran cosas ya fueran objetos, insignificantes o no, desde que se les otorgó una función pasaron a ser coleccionables. Las cosas sólo pueden ser usadas o poseídas y abstraído el objeto de su sentido práctico adquieren otro nuevo. Lo que en la infancia fue una forma de control y organización del mundo exterior termina convirtiéndose en fetichización y ansiedad. El producto del deseo es la pasión sin límites donde la materia se somete al hombre.





  
     
      La acumulación se presentía desde el final de la galería. Las hornacinas de mármol con bustos ciegos flanqueaban una gruesa puerta entreabierta de la que asomaba la cabeza de un perro. Cruzar ese umbral fue como estar en otro mundo. El espacio de la habitación estaba totalmente ocupado por una ingente cantidad de cuadros. Desde el suelo hasta el techo, las imágenes llenaban las paredes sin dejar margen a la respiración entre ellas. Los distintos tamaños estaban ordenados sin atender a los temas y la acumulación alcanzaba los marcos de las ventanas que, de un momento a otro, las presentía como otras pinturas más. Era tal el amontonamiento que mi vista se dispersaba hasta el mareo y tenía que cerrar los ojos. Cuando los abría mi mirada se mantenía tensa. Pasó bastante tiempo hasta que cierto orden se aposentó en mis pensamientos y pude distinguir mejor los Tizianos, los Reni, el Carracci y un Veronés esquinado. Esta habitación parecía el teatro de las pinturas, un espacio de representación multiplicado donde las imágenes se superponían unas a otras en calculada competencia. El escenario de un sueño.






     

      ¿Cuál es la última imagen antes de desaparecer? Los durmientes presagian la muerte en las imágenes de Alexis W. Porque todas las (y éstas) fotografías no son sino la presencia obstinada del referente, de la muerte. El tiempo está presente y la imagen no es sino la constatación de la existencia como representación de lo real, pero también como abismo y discontinuidad. Y más en estos retratos en donde el sujeto está en proceso de disolución, deshaciéndose hasta el abandono en su ignoto viaje. La condición mortal del sujeto es así doblemente subrayada, entre la plenitud de la vida y su final, relativizando el tiempo y el espacio, suspendiendo, al fin, una continuidad irremediable. La representación de la pérdida se nos aparece en suspenso, en medio, sin principio ni final y sólo la luz desvela este tránsito: un cuerpo postrado en espera. El recordatorio es claro, la muerte está siempre presente y fluye a través de la imagen como una catástrofe barthesiana Y este memento mori aparece multiplicado de manera infinita, amenazando paradójicamente ese lugar irrepetible.


      Al aproximarnos a la presa hay que seguirla cuidadosamente. Esto exige un gran conocimiento de sus costumbres y saber moverse con sigilo y cuidando la dirección del viento. La organización es vital para coordinar los movimientos y el momento del ataque. El camuflaje, el acecho y la sorpresa son los componentes perfectos para una emboscada, sobre todo si esta se realiza en pasajes estrechos naturales como provocados previamente. Las emboscadas exigen gran rapidez de movimientos y puntería al lanzar flechas o lanzas. Los cinco sentidos están puestos en la caza, pues cometer un error no solo podría hacer perder la pieza sino que una estampida, provocada por el miedo de los animales, pondría en grave peligro la vida del propio cazador.


      Alexis W lleva tiempo recolectando fotografías, desde aquellos primeros rostros escondidos entre el paisaje y las máscaras hasta estos cuerpos totalmente entregados desde la intimidad de los personajes. Un recorrido que deviene archivo e inventario a través de distintas series que se abren y se cierran, se bifurcan y serpentean en su expansión casi orgánica. Desde el principio en el que cuerpo propio se rebelaba físicamente en el territorio hasta estas otras imágenes en que el cuerpo ajeno está a punto de traspasar los límites de la conciencia. 








      Coleccionar fotografías es una forma de coleccionar el mundo decía S. Sontag. Y crear un inventario del mundo visible es la finalidad como medio de que se sirven las imágenes fotográficas. Fragmentos del transcurrir vital atrapadas por el obturador. En Blade Runner, los replicantes no tenían capacidad de poseer recuerdos y por eso coleccionaban fotografías en un sucedáneo de memoria. Los seres humanos nos caracterizamos de manera natural por tener emociones, familia y por tanto un pasado, pero aún así somos coleccionistas de imágenes de idéntica manera. Quizá la razón sea la necesidad de corroborar nuestra estancia en la imagen, estableciendo una continuidad en la percepción de nuestro pasado. Los recuerdos están ligados a nuestras emociones y como éstas a la temporalidad. Nuestra dudosa memoria no es capaz de certificar la realidad frente a la imagen elocuente, el sustitutivo de memoria que anhelaban los replicantes.


      La identidad es soportada por la imagen porque constata nuestra existencia y nuestra presencia. Y esta identidad es fragmentaria y endeble frente a la máscara plana y sin costuras. Los cuerpos de las Hetairas se muestran sumidos en el tiempo, con todas la señales de su fisicidad, pero despojados de identidad por la máscara que distorsiona y anula su mirada en pos de la mirada de los otros. A la vez cuerpo expuesto y construido por la mirada de los otros, pero ausente e incompleto.

      Los griegos creían que el alma del hombre salía por la boca cuando expiraba deteniendo su respiración. Y para comprobar su muerte se colocaba un espejo al lado de la boca para registrar el último aliento de vida. El reflejo de incierta existencia. Una ausencia de vaho que congelaba la imagen.








      La percepción del cuerpo en su trance lo advierte de la finitud de la vida. El sueño conciencia anticipadamente la muerte del sujeto y el cuerpo es el escenario donde acontece este tránsito. Si soñar es una forma de viajar, la existencia no deja de ser un viaje hacia lo inevitable. Cuando el individuo se ha convertido en mero turista no le queda más escapatoria que el sueño antes que perderse en la multitud hostil de sus semejantes. Esta deriva es el resultado de la pérdida de identidad en el desplazamiento y el viaje permanente en el único consuelo de anclaje a una verdad que ya no existe. El destino es incierto para los cuerpos embalsamados en un sueño definitivamente poco consolador.

  
      Me reconozco personalmente en este viaje. En este permanente desplazamiento repetido infinidad de veces. Desde el viaje iniciático y sorpresivo de la aventura hasta el continuo y persistente de la obligación. Y la comodidad no evita cierto malestar a lo desconocido cuando lo conocido ha dejado de ser un misterio o un accidente. Me veo en el mismo viaje reviviendo las mismas maneras y los mismos gestos. Contemplar las imágenes del viaje me remiten persistentemente a su recuerdo y memoria, a estar otra vez donde ya estuve. La sensación de haber estado y el presagio de tener que volver. Escrutar ese camino tantas veces recorrido. Observarse una y otra vez sobre los mismos pasos. Y saber que no queda más remedio. Un viaje incesante.

      Estos cuerpos embalsamados flotan en su incierto movimiento a través del tiempo y del espacio. Arropados en su descentramiento e inercia se van disolviendo en sí mismos ajenos a la mirada del fotógrafo vigilante que no deja de ser uno de ellos. No hay impostura en estos cuerpos que se deshacen en la composición no menos trágica que nos devuelve el encuadre de la máquina panóptica. Los rostros y cuerpos terminan absorbidos por las formas y colores de un sueño tan plácido y reconfortante como dramático. A veces asoman el detalle de una cara o el fragmento de unas piernas o unas manos como escorzos no forzados de un estado inconsciente. Pero en el fondo de las imágenes acecha un cierto naufragio, una deriva.









      La ventana indiscreta no deja de ser una ventana en cuyo marco se van inscribiendo las marcas de una existencia. Una manera de hacer que desde lo vivencial va trazando esta intensa cartografía en la que se mezcla la propia experiencia con la de los demás, entrecruzándose lo público y lo privado incluso en la manera de exhibir las imágenes. Representaciones resonantes, construcciones que se van sedimentando en un espacio propio más allá de la imagen.

      Acecha el cazador. El registro de la imagen es el medio para convertirla en objeto, su multiplicación una forma de desaparición. Pero estas imágenes se desmarcan del saturado universo iconográfico al que nos vemos abocados por su extralimitación tanto temática como proyectiva. El depredador no respeta el límite y convierte el cuerpo extraño en cautivo. Escrutado en su privacidad el rostro ajeno se desvanece.

      El gabinete de curiosidades era un espacio de ansiedad. Allí se acumulaban los objetos y las cosas que los obsesivos coleccionistas adquirían para crear un desorden productivo. Abstraídas de su sentido original las piezas establecían una particular relación con su consumidor. Las cosas se introducían en su existencia y ellos en la de las cosas. Por eso, para el coleccionista el mundo se presentaba a través de cada uno de sus objetos mediante una relación incomprensible, aunque no menos sorprendente para los demás. Elegían los elementos que les rodeaban para crear un  mundo propio, por eso las casas eran tan distintas entre sí como diferentes eran los individuos. Si el hogar era el escenario para representar la vida, decorar ese hogar no dejaba de ser una manera de imaginar esa vida. Así el cuerpo y el espacio se convertían en depósitos de memoria reconociéndose en su intimidad.








      El paisaje de la montaña podría ser el escenario hacia donde se dirigen las miradas y los sueños de los durmientes. El principio y el final del viaje. Las maniobras de acercamiento y alejamiento fijan un ambiguo espacio temporal del que sólo escapa la montaña como un hito físico. La referencia geográfica es más o menos anecdótica mientras se superponen las capas de un supuesto imaginario emocional y existencial. El lugar como espacio determinante se vuelve inaprensible. Resbaladizo es el territorio originario al que ansiamos asirnos, sólo superficie en movimiento condenada a su condición de bucle.


      Cuando el barco se alejaba el relieve se difuminaba lentamente en el vacío. Acompasadamente las montañas iban sucumbiendo engullidas por la lejanía, mecidas por una danza lenta. La sensación de plenitud y nostalgia terminaba en el momento mismo de la completa desaparición de la isla fulminada por la luz del mediodía. Un sentimiento de pérdida. Esta desorientación. Realmente no sabemos nada, ni dónde estamos ni adónde vamos. El barco es una isla a merced de este desierto líquido. Y este viento salobre. Sé que lo hemos vivido.


      Una ventana contiene el marco que encuadra la imagen. Esta ventana es el soporte que mantiene el proyecto de Alexis W, entre lo público y lo privado, entre la intimidad y la exterioridad, enlazando múltiples miradas en su transcurso existencial. En su Colección de vidas se tensa esa red de relaciones en un retrato múltiple de ecos realistas y barrocos, entre la percepción del sujeto y su imagen. Las figuras convocadas a este claroscuro conservan su singularidad proyectándose neutras mientras se construye la imagen. Un repliegue de la subjetividad en estos rostros naturalistas que traspasa la oscuridad hasta la luz.








      En la Cámara de las Maravillas tenía lugar el milagro de la iluminación, una experiencia cercana al sueño. Este gabinete de curiosidades no dejaba de ser una representación del mundo  a través de los objetos más variopintos: autómatas, insectos policromados, cristales, reliquias, pinturas y aparatos ópticos, esculturas, libros, seres deformes, hojas prensadas, imágenes, criaturas extrañas, piedras… Productos de la recolección a través del viaje y del interés y curiosidad por lo nuevo. Y del deseo ansioso atravesándolo todo. La Wunderkammer estaba destinada a la sorpresa y por eso tendía a un crecimiento ilimitado. Pero lo exótico dejó de serlo cuando cesaron las conquistas y el sujeto se dio cuenta que él mismo era el reflejo de una siniestra cámara de maravillas. 

   Estas imágenes que plácidamente flotan proyectadas en la pared son producto de una mirada fragmentada por nuestra espectralidad que no deja espacio para ilusión alguna. La repetición y multiplicación de imágenes reflejadas no conducen a un centro de atención visual lo que le resta énfasis a la imagen individual, perdiéndose entre aparición y desaparición. No es esto sino la esencia del viaje y la travesía, los pares de contrarios que sucesivamente se van alternando: salida y llegada, luz y oscuridad, vida y muerte, sueño y vigilia, principio y final.

      Es muy común que los cazadores lleguen al coto de caza, y se dirijan al primer lugar con sombra que encuentran. Estos cazadores no toman en consideración factores que pueden asegurar una buena tirada antes de que acabe el día. El truco en la cacería de paloma es saber reconocer ciertas posiciones en el campo que te puedan servir de ventaja. Un buen cazador de palomas se queda inmóvil hasta el último momento en el que se va a parar a disparar. Finalmente, cuando consideres tus oportunidades para ocupar tu lugar, no olvides la elevación relativa del terreno en el perímetro del campo de los pájaros. Lomas o incluso la más leve elevación pueden delatar tu posición para las palomas que llegan. Si debes disparar de una posición elevada, pon atención a lo que este a tu espalda. Debe haber algún tipo de pantalla que te ayude a romper tu contorno. Desde un lugar elevado sin algo que rompa tu silueta, vas a ser visible a la distancia. Puedes encontrar que los mejores cazadores de palomas no necesariamente son los mejores tiradores. Lo que los diferencia es que ellos llegaron al campo el día de la cacería, con las tácticas adecuadas para la caza. No olvides esto y por peor tirador que seas, vas a lograr llevarte un buen número de palomas.








      Alexis W actúa como un depredador de la imagen. Un intruso. En la carencia de una mínima distancia lleva al límite esta captura para reducir el sujeto a exigua retina.

      La mirada se disuelve en el gabinete de pinturas. Una mirada descentrada en continuo desplazamiento. Imposible fijarla. Condenada a la dispersión. Errática. Esta sobreabundancia visual neutraliza la realidad haciéndola indiferente y despegada.

      Se superponen los viajes en las imágenes de esta travesía y un barco es un territorio móvil en una superficie incierta. Como incierto es el registro de una fotografía cuando el reflejo de lo real es confuso e impreciso. Este trayecto es un lugar en si mismo porque en el mundo desterritorializado que vivimos se viaja sin viajar y las certezas son vestigios de otros tiempos. El instante detenido es un residuo del movimiento alrededor de una figura que ansía agarrarse a tierra firme cuando todo en realidad sólo es un espejismo. Porque mirar estas imágenes y reflejarnos en ellas es la constatación definitiva de la fugacidad de la vida, entre el sueño y la muerte.








*Este texto, junto a otros de Fernando Castro Flórez y Santiago Palenzuela, fue incluido en el catálogo de la exposición "Viaje" de Alexis W, que tuvo lugar en el Espacio Cultural El Tanque de Santa Cruz de Tenerife (3 junio-31 agosto 2011). Fue editado por la Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias.







     
     

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