sábado, 6 de mayo de 2017








Trinchera Errante
(Rastros, sombras y astillas de J. C. B.)



                                             El cuerpo humano no podía constituir
                                                                              una excepción al mandamiento que
                                                                              ordena despedazar lo orgánico a fin de
                                                                              leer así en sus fragmentos el significado
                                                                              verdadero, fijado, escritural.


                                                                              Walter Benjamin, El origen del Trauerspiel alemán.









            Cuando Benjamin escribe El origen del Trauerspiel alemán propone, entre otras ideas, el pensar la imagen, y lo hace contraponiendo la alegoría al símbolo. La alegoría es una manifestación típicamente barroca mediante la cual se pretende dar imagen a lo que no lo tiene haciéndolo visible. La fragmentación y la acumulación son los recursos de la alegoría que culminan en la contemplación. Una contemplación dramática no de la unidad sino de su ausencia y sobre la que afirmaba Benjamin: “las alegorías son en el reino del pensamiento lo que las ruinas en el reino de las cosas”.


            Cruzar el vertedero era toda una aventura. Una acumulación peligrosa de restos y vegetación. Los cascotes y las piedras delimitando un territorio de desperdicios diseminados. Unas ramas secas anudadas con cuerdas deshilachadas, unas mantas rotas y desvaídas, las vigas desperdigadas por un suelo inexistente. El recuerdo de un lugar que de lejos se veía como una ruina borrosa.






            Esta fragmentación alegórica no sólo es material sino que alcanza al cuerpo, que ya no representa la totalidad. Ya no es un cuerpo dispuesto a alcanzar la plenitud sino un cuerpo mutilado y roto, herido y despedazado. La trascendencia se disuelve, la historia se vuelve fallida y la naturaleza artificio. El corpus barroco se convierte entonces en un emblema de la catástrofe y la barbarie.   


            El cuerpo como campo de batalla. La herida como recuerdo del cuerpo.       


            Este escenario alegórico se puede atisbar en la obra de Juan Carlos Batista. Su proyecto se basa en la articulación de la imagen exacerbada. Su trabajo es un corpus (escultórico, fotográfico, objetual) en donde esa imagen es intervenida, transformada, manipulada, mentida y desmentida. Con una actitud claramente neobarroca, en algunas de sus series, amenaza desmembrando y amputando a los sujetos en una estética escenificación de la violencia. Lo mismo hace con los elementos naturales desbastándolos para insinuar la devastación y el expolio. La porcelana agujereada y hecha añicos es la representación de una realidad ya clausurada. Imágenes de un territorio sin memoria o la memoria inventada de un territorio. Nada parece lo que es porque todo es apariencia. Ya lo comentaba en otra ocasión acerca de J.C.B.: equívocos, mecanismos de la representación llevados al límite, paroxismo, improbables imágenes de lo real, deconstrucción de las fronteras entre lo verdadero y lo falso, el artificio contrapuesto a la cultura. Imágenes como fantasmas o apariciones, de origen desconocido, incorpóreas, en busca de un lugar y atravesadas por el enigma de su propio cuerpo.




            La mancha aparece como sombra revelada. ¿Dónde se encuentra este territorio ignoto de geologías inventadas, este jardín de estratos y raíces, esta topografía resbaladiza, este celaje impreciso, este espejismo que huye?

                        Perdida la condición documental una imagen ya es de por sí sospechosa en su asumida condición de simulacro y permite la total visibilidad. Ya todo es visible. Y aunque eso casi signifique que una imagen es imagen de nada y no imagen de algo, J.C.B. se preocupa porque no pierda su capacidad de decir, aún en su condición más mentirosa. Porque si en la alegoría se encierra el relato del sufrimiento del hombre (la historia), no se deja llevar por la melancolía y la subjetividad y tampoco pierde de vista la naturaleza transitoria y la acción política. Ese desvelamiento alegórico de las condiciones políticas y materiales de la imagen en este régimen de consumismo capitalista se hace indispensable. J.C.B. confronta críticamente  su relación con el archivo icónico global frente al consumidor abstraído, convirtiendo esta actitud en la práctica consecuente de su oficio frente a la opción de un compromiso superficial con algunos contenidos ideológicos. Porque mientras la lógica capitalista sigue su rumbo el arte no permanece ajeno. El desastre y la catástrofe reflejada por la alegoría barroca se manifiesta en la degradación de un sistema que ha abdicado de sus responsabilidades, gobiernos colapsados reconvertidos en sucursales de las grandes corporaciones, ciudadanía tolerante con un modelo político y económico que a cambio de la promesa del bienestar ha vendido la posibilidad de ser libre, el capital sublimado en espectáculo. Cabe aquí recordar, si acaso, que el capitalismo funciona gracias a los mecanismos de la barbarie: la guerra, la esclavitud, la desigualdad, la injusticia… Y J.C.B., en estos tiempos de demora, descabalga las peanas transformándolas en  naturaleza camuflada y sombra perpetua.



  

                       Los lugares ya existían antes de ser nombrados. La palabra usurpó a la naturaleza.  


                        El arte no puede dar respuestas pero si puede formalizar el problema, estar presente, permanecer, resistir. Cultura y arte son espacios de conflicto y negociación. Como la evidencia de un drama y parafraseando otra vez a Benjamin: todo documento de cultura lo es, al mismo tiempo de barbarie. De la misma manera y por el mismo motivo Adorno enuncia su famoso aserto sobre la imposibilidad de la poesía (la cultura) después de Auschwitz (la barbarie). Y sin tomar esta declaración literalmente, está clara esa imposibilidad y esa fractura entre la estetización y la responsabilidad. El arte no siempre es edificante y siempre es problemático. Es imposible representar lo irrepresentable. Más que poesía, la necesidad es de sentido.


            En la astilla estaba el árbol. Y en la ceniza del incendio.


           ¿Y la poesía? El corpus de imágenes con las que trabaja J.C.B. altera la noción de original y de memoria. No sabemos como se construyen esas imágenes y como constituyen un imaginario. Siempre cuestionando su naturaleza, su verdad. No sabemos de donde vienen, cual es su origen, sólo sabemos que son fragmentos, trozos, partes de un todo imposible de reunir. Fragmentos que no son, y que quieren ser. Ahí radica cierta dimensión poética. En no ser solo idea sino sentido y representación. Cuando se abre un resquicio, hay un temblor o existe una posibilidad. Cuando lo visible es elocuente. Una posibilidad expresiva. Una intención y la manera de hacerlo ver. Cómo decir lo indecible con palabras. Cómo ver lo invisible con imágenes.


           ¿Qué es un rastro sino una huella borrosa? Una señal difusa. Una inscripción y un signo.



           

            J.C.B. utiliza las armas y la estrategia del enemigo para hacernos partícipes de la pérdida de la identidad compartida debido al poder de la  tecnología que se apropia de la memoria del presente y que nos priva de un sentido histórico más amplio. Estas obras son dispositivos poderosos y rotundos que desenmascaran su propio artificio para acercarse a un cierto sentido y poder ver. Aquí los objetos tensan su visibilidad para poder ser vistos. Una falsa naturalidad para mostrar una naturaleza que es el duplicado de nuestra identidad. No hay ya diferencia entre naturaleza y artificio porque la naturaleza ha dejado de ser sagrada y la memoria se diluye.


            Después de la refriega y la avanzadilla un repliegue en la montaña. La huida convertida en pastoral. Resistencia y combate. Una pausa en el camino: el almuerzo campestre. La Arcadia reubicada. Por una grieta del paisaje se cuela una conquista, una evocación cansada de la memoria contaminada. Una deriva. Una posibilidad en medio de la manipulación. Barricadas y trincheras en medio del bosque, un intento momentáneo por alejarse del desenlace. La quiebra de la confianza en la promesa de felicidad. Y en el bucólico prado el cordero del banquete sacrificial. Lejos un eco: Se hicieron fuertes en el bosque. Por lo menos sucede en los oscuros bosques de Juan Carlos Batista.

           

             

Para Clara Muñoz
Quién debió hace este texto.
Para Juan Carlos Batista
Gracias por tu confianza, generosidad y paciencia.



Ángel Padrón


Este texto, junto con otros de Óscar Alonso Molina, Isidro Hernández y Julio Blancas, fue incluido en el catálogo de la exposición "Realidad casi humo" de Juan Carlos Batista que tuvo lugar en el TEA Tenerife Espacio de las Artes, de Santa Cruz de Tenerife entre el 17 de marzo y y el 22 de mayo de 2016. Dicho catálogo fue editado por TEA Tenerife Espacio de las Artes.



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