martes, 25 de septiembre de 2012

VICENTE LÓPEZ-En la isla del Dr. Moreau








          EN LA ISLA DEL DR. MOREAU

              (CON VICENTE LÓPEZ)
   

                                  I have been here before, but when or how i cannot tell...
                                                       (He estado aquí antes, pero cuándo ni cómo sé decirlo...)

                                                                  -D. G. Rossetti "Sudden light".-



La cita que encabeza este texto forma parte de un poema que utilizó Borges para prologar a Bioy Casares en “La invención de Morel”, historia que narra la llegada de un fugitivo a una extraña isla en donde el presente se repite de manera inquietante gracias al ingenio de una máquina que proyecta una realidad paralela. El científico Morel no era sino otra reencarnación novelada del Dr. Moreau de H. G. Wells, el médico que en una isla paradisiaca quiso convertirse en Dios y a los animales en personas. Esta parábola sobre una sociedad deshumanizada tenía un final feliz como todas las historias que se precien: los pseudo-humanos, tras su educación, no acataban las leyes, se rebelaban, mataban a su padre, y regresaban a la selva originaria de la que no deberían haber salido nunca. Tanto Wells como Bioy Casares en sus novelas van más allá de la realidad, fantasean con sus proyecciones y confunden el presente con el futuro, el deseo con la fantasía y la memoria con la representación. Paradójicamente estas dos historias no han sucumbido al tiempo y sus certezas. Sus ficciones resisten y no se han convertido en un recuerdo o en una broma literaria: la ingeniería genética y los mundos virtuales dejan corta la aseveración de que la realidad supera a la ficción.





      ¿O la ficción supera a la realidad? El Dr. Moreau y el científico Morel no dejan de ser malabaristas a su modo. Como lo es Vicente López. Hacedores de imágenes en precario equilibrio. Magos e ilusionistas. Simuladores que son los autores que conocen las trampas de la representación.

      Las obras de Vicente López, como los hijos de Moreau o las proyecciones espectrales de Morel, son retazos y fragmentos imposibles de reconstruir en la totalidad. Son muchas historias al mismo tiempo con la propia historia como única protagonista. En ellas la realidad se proyecta en la ficción y viceversa. Y rebota. La percepción y el recuerdo se confunden en estos híbridos como un eco que no sabemos desde donde proviene. La copia es indisociable de su original pero aquí se transfigura en el aspecto de una forma anterior. El pintor con sus estrategias y juegos ópticos debilita las fronteras entre lo real y lo ilusorio, y además lo enmascara y lo multiplica. Apuesta por un descentramiento de la imagen y el resultado es una acumulación de fragmentos robados y restos furtivos de una imaginaria totalidad irremisiblemente perdida. La hipervisibilidad  y la degeneración iconográfica sitúan a todas las imágenes en el mismo nivel, en el mismo rango y las conduce a la misma reducción icónica. La pintura diluye el contenido hasta convertirse en un residuo.

      En una isla, Moreau llevó a cabo su proyecto. También desde una isla, el territorio utópico por antonomasia, como Morel en su extraña isla, Vicente López despliega su fantasmática galería de retratos. Pero al contrario del trabajo en su anterior serie “Face value”, donde la reunión de fragmentos de papel moneda y billetes constituían nuevos rostros reconocibles (valuables y devaluables), en éstos una similar reunión de fragmentos no tiene como resultado una imagen más o menos definida sino una auténtica catástrofe. El intento de construir el retrato resulta imposible y la proposición de su identidad no se ajusta con la descripción. Aún así la naturaleza de la relación entre ficción y realidad, entre lo que es falso y lo que es verdadero, subyace en esta búsqueda. Sin  reivindicar ninguna verdad, estas imágenes quedan sometidas a su propia descripción y presentación, a su condición mutante e invisible a pesar de ser totalmente visibles aunque totalmente irreconocibles. Finalmente, cuestionan aquella narrativa que tiene que ver con la elaboración de las imágenes que nos constituyen, las que definen nuestra identidad cultural pero que paradójicamente lo que hacen es diluirla en imagen como bien de consumo, en imagen misma. Esta configuración de un espacio ansioso donde se amontonan esas representaciones atrapadas confluye en un ensamblaje donde ese corpus se funde. Sólo imagen. Imagen.





         Estos retratos de nadie son el intento de fijar los fragmentos dispersos en el entramado hipervisual de nuestro imaginario. Su narrativa indefinida de apariencia visual impactante es un palimsesto abstracto, donde pese al hiperrealismo de las formas no podemos concretar la visión de un rostro veraz. Y aquí radica la imposibilidad del proyecto, porque como sucede con la santa faz, la cara de la verdad nos será siempre sustraída. Nos es imposible reconocernos en las caras de estos engendros porque no nos devuelven un reflejo certero. Pero los rasgos que los identifican sí son semejantes a nuestros hábitos y nuestras máscaras, nuestras ansias y nuestras fobias, nuestras adicciones y nuestras debilidades. Porque lo que realmente nos conforma es un disfraz cambiante enfrentado a la incertidumbre de un mundo fugaz y caduco.





          Derrida anotó en su momento que la perversión del artificio generaba monstruos. Y este es el caso. Estos cuadros funcionan como los retratos de unos otros que no podemos determinar por ser imágenes multiplicadas. El pintor, utilizando estratégicamente la retórica de la representación acaba clausurándola. El duelo entre naturaleza y tecnología tiene como consecuencia este simulacro de seres inacabados que no son más que artificio. Y como lo espectros y los fantasmas, están condenados a mirar sin que nuestra mirada pueda terminar de descifrarlos totalmente. Los fragmentos que intentan constituirse en un rostro mezclado de seres y cosas, provienen de la memoria: trozos del pasado y del futuro, desgajes de la historia del arte, de los tratados científicos, de los manuales y folletos publicitarios. Un archivo abocado a la amnesia. Pero al final el sujeto resultante es siempre el mismo. Aunque varíe su aspecto mutante, este sujeto amnésico sin cara es como El hombre sin atributos de Musil, un hombre totalmente despojado de las cualidades que le son propias, un cualquiera incapaz de reconocerse tras perder su esencia, un rostro que no puede ser porque su retrato se ha distraído en tener y acumular. Definitivamente el monstruo producto de esta coincidencia simultánea de presente y pasado está condenado a no recordar.





         Ahora tenemos la posibilidad de contemplar estas caras y estos rostros, como emblemas neo-barrocos, en esta isla, una isla cualquiera. Territorios no ya de promesas y utopías sino de evasión y entretenimiento. Lugares desmembrados de su destino de unicidad. No ya Ítaca ni Lupata. Tampoco Edén ni Avalón. Ni la isla de Lost. Vicente López proyecta estos semblantes, aquí y ahora, como lo hiciera Morel en aquella isla sin nombre; y nos aboca a dejarnos seducir por la atracción de la imagen. Nuestro destino es terminar convertidos en simulacro y vagar desorientados como espectros o criaturas semihumanas repitiendo precariamente la misma realidad una y otra vez. El aserto no somos nadie está más hueco y vacío que nunca. En todo caso diríamos no somos nada . Porque nada somos. Sólo una ruina. Y como ruina que somos, nuestra fachada inconclusa apela dramáticamente no a lo que nos sobra, sino a lo que nos falta.




*Este texto, junto con otros de Clara Muñoz, Óscar Alonso Molina, Carlos E. Pinto y Vicente López, fui incluido en el catálogo de la exposición "Fallen idols" de Vicente López, que tuvo lugar en la Sala de Arte Contemporáneo SAC de S/C de Tenerife entre el 28 de septiembre y el 25 de noviembre de 2012. Dicho catálogo fue editado por la Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias.